Se mudó, no es posible ubicarlo en su antiguo domicilio. De hecho, quedan incluso pocos rastros de su paso por la ciudad... Existe ya poco rasgo de religiosidad o siquiera de ritualidad en el espacio urbano.
Esto es en sí mismo positivo, ya que no existe la religiosidad neutra, siempre es con nombre y apellido… y las sociedades modernas en buena hora se han sacudido de las imposiciones de unos y otros dogmatismos.
Pero, al mismo tiempo, algo se ha perdido… y cuando algo se pierde, algo también vienen en su reemplazo.
Porque las sociedades funcionan de la misma forma en que funciona el universo: nada desaparece, sólo se cambia de estado.
Así, la idea de divinizar alguna entidad y manifestar eso en el espacio público sigue presente, sólo que con otros protagonistas.
Si uno analiza los centros comerciales cerrados (mall) resulta sorprendente el parecido que tienen en su trazado con las primeras iglesias.
Las católicas con su trazado lineal y axial, las orientales con sus formas circulares y concéntricas… la línea recta que lleva desde el pecado a la salvación, la circularidad del eterno retorno… en ambos casos, el espacio urbano era usado para replicar una lógica superior… el mall tomó prestado de ambas la epidermis formal de tales soluciones para lograr que la feligresía acudiera a sus templos.
De hecho, hoy, ambas religiones se dan alegre cita en el mall, plaza ecuménica de nuestra sociedad de consumo.
Haciendo memoria, la primera mudanza masiva se realizó con motivo del movimiento moderno, cuyo dios era la máquina. Era un dios frío, pero al menos se suponía que esta divinidad iba a traer algo de bienestar al conjunto de la sociedad.
En cambio, el dios del consumo es selectivo… sólo alimenta a sus feligreses. Se es digno de entrar a la plaza en la medida en que se forma parte de la religión, cuyo principal sacramento es la capacidad para consumir.
La cruz, la estrella, el talismán, todo se empeñó a cambio de una tarjeta.
Bajo los preceptos actuales, se puede decir que sin consumir no hay espacio público de calidad, ni carreteras, ni playas, ni…
Es cuestión de fijarse en la calidad de pavimentos, piletas y mobiliario urbano de primer nivel que puebla los rincones intermedios de los mall, versus las precarias soluciones que se nos ofrecen metros más allá, donde los funcionarios municipales no se atreven ni a los más mínimos riesgos.
El problema de la mudanza de dios no es tanto quedarse huérfano de religiosidad en el espacio público, sino que los buenos vecinos parecen estar teniendo problemas con el estado de las cosas.
Quizás dios no se ha mudado y simplemente se camufló como el resto, quizás es el empleado del mes en alguna supertienda y veremos su foto colgada en la pared con delantal y sonrisa.
El problema es que nuestro espacio público será tan bueno como para quien está destinado.
Si se sigue diseñando tan solo para quienes pueden pagar, pronto tendremos que mudarnos todos y vivir de allegados con todas las divinidades que hoy están en el exilio.